El origen de Agudo, entre el mito y la realidad.

Los nombres del pilar y la recuperada fuente del Orejudo recuerdan al inspirador de la fundación de Agudo.

         Me contaron cuando era pequeña que el pueblo se fundó en Santana, donde hubo una ermita que aún permanecía en la memoria de los nacidos en el primer tercio del siglo pasado. Me contaron también que, en un momento no determinado, la población decidió trasladarse al emplazamiento actual porque el venero de Santana resultaba insuficiente para el suministro del asentamiento primitivo.  Por la misma vía supe que Puebla de Don Rodrigo era más antigua que Agudo, pero la profusión de malhechores en la zona instó a los antiguos pobladores del término vecino a abandonar su localidad e instalarse en Agudo.
         No tomé muy en serio esa información hasta que, años después, leí en algunas publicaciones que, antes de la fundación de la villa de Puebla de Don Rodrigo en 1492, existió una aldea, dependiente de Piedrabuena, con el nombre de Casas o Cuevas del Guadiana (Corchado, 1982 y Madoz, 1850). Así pues, las investigaciones de personas foráneas parecían corroborar que al menos una parte de la fábula sobre el origen del pueblo parecía adecuarse a la realidad; Puebla de Don Rodrigo se fundó después que Agudo, pero la nueva puebla se erigió sobre un asentamiento anterior.
         La confirmación de unos datos que yo consideraba leyenda despertó mi interés por el tema y, desde entonces, indagué sobre ello siempre que tuve ocasión, aunque sin resultado.  No fue hasta algunos años después cuando me relataron una versión más completa de la misma leyenda.
La segunda interpretación mencionaba que los moros vivían diseminados por el valle de Agudo,  se asentaban en pequeños cerretes (los villares de la dehesa) y tenían por costumbre robarse los unos a los otros. Cuando los cristianos conquistaron la zona, la inseguridad continuaba siendo muy grande y el rey de éstos aconsejó que se reconcentraran todos los habitantes del valle en un asentamiento único a fin de protegerse unos a otros. En Santana habían levantado los nuevos pobladores de la zona una ermita, en la que se juntaron a fin de decidir el lugar más idóneo; planearon realizar el asentamiento allí mismo, pero un pastor, al que llamaban el Orejudo, manifestó que en el lugar donde él tenía su majada (entorno del actual núcleo urbano) había dos fuentes con más caudal que la de Santana y, de común acuerdo, decidieron asentarse al pie de la Umbría, en las inmediaciones de los manantiales.

Restos del empedrado de la calleja del Nacimiento

Una tradición complementaria sostiene que el pueblo se habría fundado junto al venero del Nacimiento y muestra de ello serían los tramos de empedrado conservados en la calleja —el acondicionamiento de la misma, su adaptación a los medios de transporte actuales y, sobre todo, el desinterés general han propiciado su ruina—.
Seguramente la leyenda más difundida sea la que alude a la ocupación del cerro de San Blas o sierra de San Miguel por los musulmanes en el periodo islámico. Según se ha transmitido desde antiguo, los moros vivirían en los abrigos de la umbría del cerro, que se denominaría sierra del Altambuz (que no Altambud). Con el cuento de La Gallinita de los Huevos de Oro completaríamos el registro de fábulas y enlazaríamos con los tiempos de Esopo, pero esto rebasa los propósitos de esta entrada.

Vestigios de muros en el cerro de San Blas

Es cierto que los musulmanes habitaron la sierra de San Miguel o como queramos denominarla  y la cima amesetada del cerro aún conserva evidencias de esa ocupación. Desde esa posición los pobladores mantenían contacto visual con otros asentamientos similares existentes en el entorno (peñón de Lares, sierra de Minerva, peñón del Pez, Puertopeña, sierra del Algibe y otros cuyo emplazamiento desconocemos), vigilaban los accesos potenciales al valle de las partidas de saqueo procedentes de los reinos cristianos y, sobre todo, alertaban a la población diseminada por la actual dehesa municipal de la presencia de los grupos asaltantes. Se conservan vestigios de pequeños asentamientos humanos dispersos por la dehesa municipal, aunque los escasísimos restos arqueológicos que se observan en superficie no permiten afinar la cronología. Se concentran especialmente en las proximidades del río, entre el vado de Herrera y la chorrera del Píngano y se caracterizan por su inmejorable visibilidad del valle y los cordones montañosos que lo flanquean.

En otro lugar se ha explicado[1] que lo de la sierra del Altambuz carece de fundamento. Documentos de época bajomedieval y moderna revelan sin lugar a dudas los sucesivos nombres que recibió el paraje con el correr de los siglos (sierra de Tamur durante la Edad Media y sierra de San Miguel hasta tiempos bien recientes en Agudo y todavía hoy en Tamurejo). En todo caso, no podemos obviar la semejanza fonética de las palabras tamur y altambuz (deformación local del vocablo altramuz) y no resulta tan extraño que los relatos de nuestros antepasados remplazaran la primera, sin significado para ellos, por la segunda, que conocían bien. A modo de ejemplo cabe mencionar el puerto de Sancho Rostrillos,  para nosotros Santorrostrillo.
A día de hoy, desconozco cualquier evidencia que avale la fundación del pueblo en el entorno del venero del Nacimiento. Aparentemente no resulta el lugar más idóneo para semejante obra; su ubicación, a media ladera, y el encharcamiento en periodos lluviosos no hacen del paraje el escenario más sugestivo. En cuanto al tramo empedrado, se conocen casos similares en otros puntos del término municipal, en los que el agua embarra zonas de paso; el camino del Nacimiento constituye uno de los dos ramales, que suben desde el pie de la sierra hasta el puerto de los Barreros, de un itinerario medieval y moderno que comunicaba Toledo con Córdoba. Un conjunto de documentos antiguos constatan que esta ruta estuvo frecuentada por los arrieros hasta la construcción de la red de carreteras actual; cabe suponer que el empedrado de un tramo con tendencia al encharcamiento facilitaría el trasiego de los viajeros y el de los vecinos propietarios de las fincas del entorno, que se beneficiarían del agua sobrante del manantial. Además, las obras de captación, conducción, etc., realizadas con ladrillo y argamasa de cal, pudieron sugerir a nuestros antepasados la existencia de una población más antigua. En cualquier caso, no dejan de ser conjeturas.
Este conjunto de fábulas y realidades no está completo si no se indaga en otro cúmulo de incógnitas relativas a la elección del lugar, pero ese tema lo dejaremos para otra ocasión.

Bibliografía:
-Corchado Soriano, M. (1982): El Campo de Calatrava. Los pueblos y sus términos. Guadalajara.
-Madoz, Pascual (1845-1850): Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar. Madrid.



[1] En Agudojoven se publicó una entrada que analizaba este aspecto. Si no recuerdo mal, se publicó en marzo de 2017.