Nadie es profeta en su tierra


El hombre de la fotografía nació y murió en Agudo. Viste toga y luce medallas honoríficas porque fue Presidente de Sala de la Audiencia de Toledo. Se llamaba Fermín Díaz del Castillo y Camacho de Yegros, vivió desde 1845 a 1921 y, más importante para nosotros, fue  responsable de que una parte de la actual dehesa (al menos la hoja del Píngano) permaneciera en propiedad del pueblo en lugar de salir a desamortización como sucediera con el resto de los bienes de propios, comunes y baldíos (que la dehesa fuera una donación de una condesa al pueblo es pura fantasía). Don José Moreno Nieto realizó una gestión semejante a favor Siruela y hoy tiene dedicada una estatua en la plaza de su pueblo, pero  Agudo no tuvo, que se sepa, un detalle similar con don Fermín; de hecho, la calle donde nació lleva el apellido de otra persona (Cendrero), cuyos méritos nadie me ha podido explicar. Además de su propia familia y yo misma, porque mi abuelo me contó la historia, pocos  más recordarán la figura de don Fermín. No existe una placa en la casa donde vivió ni una calle con su nombre ni ningún otro elemento oficial dedicado a su memoria. Pero  el ayuntamiento de Agudo debería considerar que la hoja del Píngano le pertenece hoy  porque él lo hizo posible; también los vecinos  deberíamos tenerlo  en cuenta, pues aprovechamos los recursos naturales de esa finca.
El desinterés de Agudo por su pasado constituye un caso endémico que se extiende también a otros personajes de cierta relevancia. Oriundo de aquí fue don Alonso de Herrera y Olalla que viajó a Las Indias en 1534, donde vivió el resto de sus días prestando grandes servicios a la patria, peleando en aquellos países y descubriendo nuevas tierras; navegó en largos trayectos por los ríos de aquellas comarcas, mandando fabricar las embarcaciones y murió a los 80 años. El texto en cursiva pertenece a la obra Historia de la Provincia de Ciudad Real (Blázquez, 1898); la antigüedad del libro no es excusa para que vecinos y autoridades ignoren la existencia de este individuo, pues en Agudo, una villa de la Encomienda Mayor de Calatrava (Cabrera y Penas, 1998) se recogieron los datos aportados por Blázquez. Años más tarde, Salva Jiménez también realizó una entrada en su blog sobre este agudeño ( http://38gradosnorte.blogspot.com.es/search/label/Personajes). A don Alonso de Herrera tampoco se le ha hecho un homenaje en su pueblo, ni se le ha dedicado una placa.
Don Juan del Burgo y don Juan de Mestanza son dos agudeños de los que Salva Jiménez consiguió recabar información. Los datos están en su blog junto con algún otro que ahora no recuerdo ( http://38gradosnorte.blogspot.com.es/search/label/Personajes).
Cabe mencionar a don Sebastián de Almenara, cuya relación con Agudo fue bastante fortuita y, seguramente, poco deseada por él, aunque aquí recaló al final de sus días. A lo que parece, don Sebastián había nacido en Belmonte de Gracián (Zaragoza) en 1752, fue párroco de la iglesia de Santiago de Ciudad Real, poeta e historiador. Entre otras obras escribió Compendio de la Historia de Ciudad Real  ( http://bidicam.castillalamancha.es/bibdigital/i18n/consulta/resultados_ocr.cmd), en verso. Además fue afrancesado, razón por la que, en 1810, fue desterrado a Agudo, donde murió un año más tarde. Hemos de suponer que los huesos de don Sebastián seguirán bajo las baldosas de la iglesia parroquial pues, en 1811, con los franceses campando a sus anchas por esos caminos de Dios, no parece muy verosímil que surgieran muchos espontáneos dispuestos a trasladar un muerto.
         Los ejemplos mencionados y otros que omito porque no pretendo convertir esta entrada en un repertorio exhaustivo de personalidades locales revelan que Agudo dispone de gente a quien dedicar algunas de sus calles sin tener que hacer un uso abusivo de las figuras nacionales. Personajes foráneos, que se han ido cambiando al compás de los tiempos, se  han exhibido en las placas de nuestras calles sin que los vecinos sepamos quiénes son ni porqué están ahí. No siempre fue así, hasta fines del siglo XIX los nombres de las vías públicas fueron fruto de la espontaneidad y el sentido común del vecindario (un paisano que tenía allí la casa, una característica del vial, un edificio representativo, etc.) y, sobre todo, exhalaban una información interesante sobre la localidad. A partir de esos momentos la toponimia se convierte en asunto oficial y ahí se pifió el asunto, pero eso lo contaremos otro día…


Bibliografía:
-Cabrera, I y Penas, E. (1998): Agudo, una villa de la Encomienda Mayor de Calatrava. Ciudad Real.
-Blázquez, A. (1898): Historia de la provincia de Ciudad Real. Ávila.
-Romera Valero, A. (2005): "Obras desconocidas del doctor Sebastián de Almenara, párroco de Santiago y cronista de Ciudad Real, publicadas en el Semanario de Salamanca (1793-1798) y el Diario de Madrid (1796-1800)". En I Congreso Nacional Ciudad Real y su Provincia, Instituto de Estudios Manchegos, Ciudad Real; pp. 201-217